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La Navaja de Ockham

Navaja de ockam.

Cuando la explicación más sencilla es probablemente la explicación correcta.

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Navaja de Ockham

El principio de parsimonia, quizá más conocido como Navaja de Ockham, se debe a Guillermo de Ockham, un fraile franciscano, filósofo y lógico escolástico inglés del siglo XIV, oriundo de Ockham, un pequeño pueblo de Surrey, Reino Unido.

Guillermo de Ockham formuló este principio metodológico aplicando el símil de la navaja para eliminar los supuestos innecesarios de una teoría.

En su formulación original decía:

Pluralitas non est ponenda sine neccesitate” (la pluralidad no se debe postular sin necesidad).

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Esa formulación original ha evolucionado hasta nuestros días, reformulándose de la siguiente forma:

Si para explicar un fenómeno determinado tenemos dos o más hipótesis, lo más razonable es aceptar la más simple, es decir, la que presenta menos supuestos no probados.

Por tanto, si dos o más explicaciones están en igualdad de condiciones, no se debe tener en cuenta una explicación complicada si existe una más simple.

Navaja de Ockham

Pongamos un ejemplo:

Supongamos que estás leyendo este artículo desde un ordenador portátil, utilizando como fuente de alimentación la batería del mismo.

Te levantas y, al cabo de un rato, cuando vuelves, lo encuentras apagado.

Lo más probable y, quizá, lo más lógico es pensar que la batería se haya agotado, antes que pensar que haya habido una avería o que alguien lo haya apagado..

¿Por qué?

Porque es la explicación más sencilla y, probablemente, la correcta.

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Actualmente, este principio se utiliza en la ciencia como regla general para guiar a los científicos en el desarrollo de hipótesis o modelos teóricos:

“La explicación más simple es la más probable, aunque no necesariamente la verdadera”.

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Su versatilidad ha llevado, además, a que sea utilizado también en otros campos, tales como la estadística o la economía, así como en muchas disciplinas de las ciencias sociales y naturales.

No obstante, debe tenerse presente que este principio metodológico no es irrefutable, en la medida en que no prueba nada, y, ni mucho menos, puede considerarse un resultado científico.

De hecho, en ciertas ocasiones, la opción compleja puede ser la correcta.

Su sentido se basa en el hecho de que, en condiciones idénticas, sean preferidas las teorías más simples a las más complejas.

¿Por qué?

Parece lógico empezar por lo más simple, pues en su caso, será más sencillo descartarlo que si se empieza por lo más complejo.

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Como veíamos en el ejemplo de antes, la explicación más sencilla tiene más posibilidades de ser cierta y es preferible hasta que existan fundadas razones para adoptar una alternativa más compleja.

Una cuestión distinta serán, por tanto, las evidencias que apoyen una determinada teoría..

Así, de acuerdo con este principio, una teoría más simple pero con menores evidencias no debería ser preferida a una teoría más compleja pero con mayores evidencias de ser cierta.

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De la formulación inicial han surgido posteriormente otras variantes, tales como:

“No ha de presumirse la existencia de más cosas que las absolutamente necesarias”.

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O como decía Albert Einstein:

“Todo se debe hacer tan simple como sea posible, pero no más simple”.

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Y, para finalizar, una variante que me ha gustado especialmente y que explicaría gran cantidad de cosas. Es conocida como la Navaja de Hanlon:

“Nunca hay que atribuir a la malicia lo que pueda ser adecuadamente explicado por la estupidez”.

 

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